Monitas y monitos, por Gabriel Pineda, profesor del departamento de lingüística, literatura y filología.
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A comienzos de este siglo, cuando yo era uno de los primíparos del campus, me sorprendió que la dependienta de una tienda de la Universidad se refiriera a mí como monito, después de que yo le diera las gracias por su atención: «con gusto, monito». Es cierto que, para entonces, había algo más de pelo en mi cabeza y, aunque de vez en cuando este brillaba con un leve color castaño, no daba para creerme el más mono de la cuadra.
Sin embargo, entendí el apelativo días después, caminando por el centro de Bogotá, luego de estrellarme contra el hombro de un habitante de la calle. Sucede que crecí en el campo, donde se acostumbra a caminar velozmente cuando se recorren largas distancias a pie, pero suelo distraerme en mis pensamientos o curioseando lo que pasa a mi alrededor (imagínese ahora, con el celular) y así resulta normal estrellarse con algo (un poste, por ejemplo) o con alguien cuando se transita por la calle.
—Uy, hágale suave, mono, fue el reclamo que profirió el indigente.
«¡O sea que mono es una forma de dirigirse a alguien!», pensé.
En la lingüística, llamamos formas de tratamiento nominales a esas palabras que usamos para referirnos a la persona con quien nos estamos comunicando. Lo interesante de esas formas de tratamiento es que pueden variar dependiendo de casi cualquier cosa: la edad de los hablantes, su procedencia, el lugar y el contexto de la comunicación, la intención de quienes se comunican o las relaciones de poder que existen entre ellos son algunos ejemplos. Uno de los objetivos de la lingüística panhispánica es describir y explicar los usos de la lengua y las reglas que aplicamos como hablantes para comunicarnos en el ámbito hispánico, es decir, en español.
Algunas formas de tratamiento se usan muy de vez en cuando y por razones de cortesía, como honorable parlamentario o su excelencia. A veces, las razones de formalidad de una reunión nos llevan a evadir los nombres propios y los pronombres. Preferimos usar términos como señor decano, decano o señor rector, aunque en otros espacios (como en un partido de fútbol) usemos palabras diferentes y más coloquiales para apelar a esas mismas personas.
Otros apelativos, en cambio, se usan de manera más frecuente. Lo interesante de ellos es que se transforman con el uso, como una bola de plastilina cuando se amasa. Lo que más cambia es su significado. Algunas se desgastan, como doctor, que dejó de denotar respeto para tomar un tono despectivo. Así, cuando un entrenador de fútbol le dice a su pupilo ¿muy cansado el doctor?, está cuestionando los privilegios que este se toma para evitar un ejercicio. Nos sirven tanto para referirnos a otras personas, como para expresar la apreciación que les tenemos, como lo demuestra la frase «rata inmunda, animal rastrero, escoria de la vida, adefesio mal hecho...» de la composición de Manuel Eduardo Toscano que inmortalizó Paquita la del Barrio, en que el tipo de apreciación por la persona aludida salta a la vista.
"Pero la innovación lingüística más valorable de todas es monis, que sería un sustantivo común en cuanto al género y, por lo tanto, más incluyente sin ser incompatible en el uso gramatical".
Esa variación contextual explica por qué todos (o casi todos) nos transformamos en monitos cuando entramos al campus o nos comunicamos, manifestando nuestro sentido de pertenencia con la Universidad de La Sabana, porque, en la actualidad, ya no es monito solamente quien compra o vende en una tienda universitaria, sino que el uso se ha extendido a otros espacios, como las redes sociales. Allí, monito dormilón es el estudiante vencido por el sueño en una clase; monitas 2x1 son quienes se visten igual y monito parchao es quien disfruta del paisaje, recostado en el prado. Día tras día aparecen nuevos casos que dan cuenta de una adopción paulatina de este vocablo.
¿De dónde vino el término y por qué terminamos adoptándolo? El Diccionario de la Lengua Española no registra el uso de mono como apelativo, más allá de aclarar que se puede usar para denotar a un borracho en la decimoséptima definición. Lo curioso es que la primera definición corresponda hoy a mono como adjetivo, para expresar que algo o alguien es agradable o atractivo. No obstante, se trata de un uso más restringido a las tierras españolas que a las americanas. El Diccionario de Autoridades, el primero que editó la RAE en 1734, dice que mono viene del griego monos, que significa solo (de soledad) porque hubo un tiempo en el que la cacería de monos era un deporte y, dado que los encontraban solos por el desierto, les atribuyeron este nombre.
Pero el diccionario etimológico registra que la palabra mono puede venir del árabe andalusí maymún, que significaría afortunado o de buen augurio. Maymún y maymona pasarían a pronunciarse como mono y mona por simplificación. Y de allí es intuible que llamemos mono a quien nos parece simpático y agradable, una calificación generalmente asociada, en nuestro caso americano, a los extranjeros, lo que daría pie para que más tarde le atribuyamos el apelativo a cualquier desconocido.
Como puede verse, el apelativo de monitas y monitos no carece de tradición. Ha estado presente en nuestra lengua. En su diccionario, la Academia Dominicana de la Lengua registra que mono se usa como apelativo para referirse coloquialmente a quien se le atribuye una culpa. Extrañamente, el Diccionario de Colombianismos del Instituto Caro y Cuervo solo registra el uso apelativo del sustantivo femenino (mona) para «referirse a una mujer cuando se le presta un servicio, como en mona, ¿le cuido el carro?». En contraparte, el Diccionario de Mexicanismos describe el uso en masculino y femenino como una forma de tratamiento nominal para referirse a una persona y nos ofrece el siguiente ejemplo: «Afuera había una mona que no dejaba de mirarnos».
En Colombia, donde somos muy dados a la derivación apreciativa, es decir, la adición de formas diminutivas a las palabras para dar cuenta de nuestra relación afectiva con las realidades que mencionan –cafecito para el café, almuercito para el almuerzo o buñuelito para el buñuelo, con el fin evocar la dicha que nos proveen–, también optamos por las derivaciones apreciativas de los apelativos. Así, llegamos a las formas monita y monito, que nos sirven, a la vez, para dirigirnos a los miembros de nuestra comunidad académica y para demostrarles cierto aprecio por ser parte de ella. Pero la innovación lingüística más valorable de todas es monis, que sería un sustantivo común en cuanto al género y, por lo tanto, más incluyente sin ser incompatible en el uso gramatical, como puede advertirse en frases como Monis, ¿tienes pandeyuca?; Monis, ¿me podría vender un café?; las Monis te ayudan con eso y el Monis es un estudiante PAT; todas atestiguadas por mí en el campus.
Así que, monis, les agradezco haber llegado hasta esta línea y espero volver nuevamente por estas páginas.
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