Trauma de alta energía: una pandemia silenciada
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Por: Juan Guillermo Ortiz, director general de la Clínica Universidad de La Sabana.
Sin darnos cuenta vivimos en una sociedad que ha desarrollado la tecnología que hace parte de nuestras vidas y nos hemos adaptado y acostumbrado, por ejemplo, a los registros de viajes trasatlánticos de menos de 12 horas o a velocidades de trenes bala que superan los 250 km por hora, y que se ven con normalidad en Europa.
En nuestro contexto colombiano, las vías de automóviles están más cercanas y nos olvidamos de sus interacciones. Cuando compramos automóviles, nos fijamos en los elementos de seguridad, pero pocas veces tenemos en cuenta el entorno. En nuestras ciudades, las motocicletas son un enjambre de seres humanos sobre un motor de dos tiempos, con cilindrajes potentes que prometen velocidad y hacen el salto al detestable embotellamiento de automóviles, pero con poca o ninguna seguridad.
La Organización Mundial de la Salud publicó el año pasado algunas estadísticas que son bastante dicientes sobre lo que hoy manejamos con familiaridad y es una pandemia. Anualmente se dan aproximadamente 1.3 millones de muertes por accidentes de tránsito y se calcula que esos accidentes equivalen al 3 % del producto interno bruto de cada país; en los países de medianos o bajos ingresos, se produce el 93 % de las defunciones y el rango de mortalidad está entre los 5 y los 29 años, principalmente. El 50 % de esas muertes afecta a peatones, ciclistas y motociclistas. Por todo lo anterior, la Asamblea de las Naciones Unidas pretende lograr una meta en la mitad de la reducción de esas estadísticas para el año 2030 (World Health organization, 2021).
Desde el inicio de la pandemia, a finales de 2019, se han registrado 5,6 millones de muertes en el mundo por el coronavirus; sin embargo, la cifra del trauma por vehículos supera un poco más del millón anual.
Así, podríamos ver que estamos embebidos en una pandemia silenciada o, ¿será que nos hemos acostumbrado a esta realidad y la incorporamos como algo normal de la realidad del mundo moderno? La semana pasada vimos cómo un querido colombiano, dedicado al deporte profesional, que ha llevado la bandera de Colombia a lo más alto del ciclismo, fue víctima de un accidente de tránsito que le ocasionó lesiones personales de altísima gravedad, y se volvió otra estadística más de esa pandemia del trauma.
Diagnosticado con trauma de alta energía, todos los colombianos quedamos atónitos con esa difícil noticia y, mientras muchos pensaban anticipadamente en los futuros campeonatos ciclísticos del deportista y su posibilidad de volver a competir, pocos reparamos en la sumatoria de lesiones que pueden comprometer la vida del paciente y en la manera de enfocarlo para superar el riesgo de muerte, en la forma de minimizar los daños de varios órganos y, de alguna manera, tener una persona por quién luchar minutos después de haber traspasado el umbral de la sala de emergencias.
Revisemos algunos datos en trauma que son fundamentales. El tiempo en que se produce el accidente o la lesión, y la atención por parte del equipo médico. Por ejemplo, en la Primera Guerra Mundial, el tiempo oscilaba entre 12 y 18 horas, en la Segunda Guerra Mundial fue de 6 a 12 horas; en la guerra de Corea, entre 4 y 6 horas (M. M. Manring PhD, Alan Hawk, Jason H. Calhoun MD, FACS, 2009).
Los tiempos de atención son fundamentales, pero en nuestro país este factor se ve afectado por varias circunstancias. Como en el Macondo de Gabo, la guerra de ambulancias por ganarse el herido y llevarlo al sitio donde en ocasiones reciben alguna retribución, sin importar que tengan que atravesar toda una ciudad o pasar distintos hospitales. Algunas veces no sabemos cuál debe ser el sitio ideal para la atención de un trauma de grandes magnitudes y eso implica centros especializados, con equipos formados de manera permanente en estas patologías. Según Punto de vista 11 debe saber qué operar, qué no operar y cuándo hacerlo.
El trauma es interdisciplinario, no depende ni de un hospital ni de una persona, implica una mirada integradora y entender el trauma de alta energía. Ese término nos ubica en nuestros estudios de bachillerato, cuando en física nos enseñaron las leyes de Newton y aprendimos que la energía cinética es la ecuación que multiplica el cuadrado de la masa por la velocidad. Pues bien, el trauma de alta energía hace referencia a esos Newtons que se generan de impactos superiores a 50 km/ hora; dependiendo de la masa tenemos el efecto producido por esa energía cinética que destruye los tejidos de quienes sufren el accidente (Cuacuas Cano et al., 2008).
Cuando miramos con el espejo retrovisor debemos ser muy agradecidos con la evolución de nuestro campeón del ciclismo, Egan Bernal, que probablemente al sufrir un trauma de alta energía en la vía pública permitió que se alinearan las variables que pueden dar un mejor desenlace clínico: el tiempo de traslado del lugar de los hechos, llegar a un centro especializado en trauma, contar con un equipo formado en trauma que aplicó los protocolos internacionales dando inicio al damage control, que no es otra cosa que priorizar el control del daño, contener las lesiones mortales en los primero minutos y lograr el mejor manejo de los tiempos quirúrgicos, la selección de cirugías, la elección de implantes, el soporte del cuidado crítico en trauma y el proceso de rehabilitación (Tscherne & Regel, 1996).
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