Sócrates versus el ChatGTP

La mente humana es un portento que aún no acabamos de comprender. Algunos han equiparado su funcionamiento al de una computadora cuántica. Aun así, casi nunca nos detenemos a pensar en todas las cosas que puede lograr. Nuestras miles de ocupaciones diarias (muchas de ellas automatizadas, como respirar, comer, caminar, mantenerse despierto, brindar información básica) ocupan nuestro cerebro y lo fatigan, de manera que destinamos pocos momentos a pensar de un modo enriquecedor. Me refiero a reflexionar sobre el mundo en el que vivimos y a compartir con otros el fruto de esas reflexiones.
Una situación diferente vivieron los antiguos que mejor conocemos: los griegos y los romanos. Sus culturas contaron con un número nada despreciable de intelectuales que dedicaron su vida a pensar y discutir con otros sobre tantos suntos como su tiempo les permitía. Se trataba
de un mundo sin Netflix ni redes sociales, en el que la vida política florecía en las ágoras y los foros. Un mundo en el que los banquetes eran
un espacio para la poesía cantada, la literatura y la filosofía. Un mundo en el que una élite privilegiada gozaba, apartada del extenuante trabajo desarrollado principalmente de las personas que fueron obligadas a cargar con el yugo de la esclavitud.
Los diálogos platónicos nos permiten formarnos una idea de cómo era ese ambiente intelectual durante la época dorada de Atenas, cuna de la democracia. En esos escritos, Platón recrea a su manera las voces de varios de sus contemporáneos. Así, muchos personajes, como el filósofo Parménides, el médico Erixímaco, el general Nicias o el comediógrafo Aristófanes, razonaban en la ficción literaria sobre temas propiamente filosóficos (metafísica, ética, epistemología, estética, etc.) o sobre aquellos relacionados con los problemas que aquejaban a su sociedad, como los malos gobernantes o algunos sofistas que usaban el noble arte de la retórica para el engaño y la manipulación.
En uno de esos diálogos, titulado Fedro, el filósofo ateniense nos transporta a una conversación entre su maestro Sócrates y un joven llamado Fedro. Nos cuenta que se sentaron a conversar sobre un discurso de Lisias que hablaba sobre el eros. La conversación derivó en una disquisición sobre la retórica en la que el irónico Sócrates aprovechó una vez más para criticar la escritura:
“…pues esta invención producirá el olvido en las almas de los que la aprenden, por la falta de ejercitación de la memoria, puesto que, a causa de la confianza en la escritura, recuerdan desde fuera por medio de formas ajenas, no desde dentro por medio de ellos mismos; de manera que no encontraste un remedio para la memoria sino para el recuerdo. Y abres para tus alumnos un camino que conduce a una ilusión de sabiduría, no a la verdad” (275a).
En este pasaje también advierte sobre el debilitamiento de las capacidades intelectuales y la imposibilidad de entablar una discusión con un escrito para cuestionar, por medio de la reflexión crítica, la validez de sus creencias, opiniones y prejuicios. A las letras inmóviles y silentes no se les pueden formular las preguntas que contribuyen a que el conocimiento que se encuentra en nosotros ‘sea dado a luz’, proceso denominado ‘mayéutica’, que en griego significa ‘técnica para asistir en los partos’.
A pesar de los reparos, su discípulo Platón inmovilizó los alados y estridentes pensamientos de Sócrates en inertes rollos de papiro. Desde entonces, los diálogos platónicos han sido copiados, editados, estudiados y traducidos hasta llegar al éter digital que nos rodea, donde vuelven a revolotear con un alcance que el filósofo nunca llegó a imaginar. ¿Estuvo o estaría de acuerdo Sócrates con ello? No podemos saberlo. Lo cierto es que el sabio ateniense tuvo mucha razón en sus críticas al proceso de escritura, sobre todo en lo que se refiere a las dudas que nos quedan sin resolver durante el proceso de lectura y a nuestra ínfima capacidad de memorización, comparada con la de sus contemporáneos que eran capaces de recitar de memoria los 15.693 versos de la Ilíada y los 12.110 versos de la Odisea.
No obstante, la conservación de las ideas en los libros y los medios digitales ha permitido que ya no se parta infinitamente desde cero para el desarrollo del mundo. ¿Dónde estaríamos sin la teoría de la causalidad de Aristóteles que tanto ayudó a la comprensión de los procesos físicos y naturales?, ¿hasta dónde habrían llegado Copérnico y Galileo si no hubieran conocido el modelo heliocéntrico del universo propuesto por Aristarco de Samos?, ¿habría podido llegar Newton a su teoría de la gravitación sin los avances de Arquímedes en la hidrostática?, ¿cómo serían los tratamientos médicos actuales sin los avances de Hipócrates y Galeno?, ¿habría desarrollado Gutemberg en tan poco tiempo el potencial de la imprenta de tipos móviles sin los procesos editoriales ideados en la Biblioteca de Alejandría?
La transmisión de las ideas a través del tiempo también ha permitido inspirarnos para seguir pensando en las innumerables cuestiones que han quedado sin resolver y para analizar nuestro presente y futuro. La mente es capaz de usar los postulados de los demás como herramientas de análisis para situaciones diferentes a las originales. Nuestra mente es capaz de ser un potente laboratorio en el cual ponemos a prueba las ideas como si fueran materiales o sustancias. Es capaz de someter esos elementos a infinidad de situaciones y probar con miles de variables y observar los resultados. Gracias a esta fascinante capacidad, la aparición del ChatGPT revivió en mi mente la figura de Sócrates. Me imaginé a Sócrates a mi lado viendo cómo interactuaba con un aparato que tenía unas letras muy parecidas a las que él tanto criticaba. Me lo imaginé pidiéndome que le transcribiera las preguntas incómodas que les hacía a sus contemporáneos en la lengua de su discípulo Platón. También me lo imaginé riéndose de las disparatadas respuestas que daba la máquina en una lengua que comprendía a medias, pues ChatGPT contesta (por ahora) en griego moderno. Aprovechando este universo narrativo creado por mi imaginación, cuestioné a Sócrates sobre los desafíos que ChatGPT representa a sus críticas relacionadas con la escritura:
- ¿Qué opinión te merece, Sócrates, que ChatGPT tenga una memoria infinita y pueda contestar a toda clase de preguntas e, incluso, sea capaz de reformular y explicar infinitamente todos los cuestionamientos que se le planteen?
- Ciertamente su memoria es prodigiosa y ningún mortal podrá igualarla jamás, querido amigo, aun con la mediación de algún numen. Sin embargo, ¿acaso no declara el autómata que “puede generar información incorrecta ocasionalmente”?
- Así es.
- También advierte que “Podría producir ocasionalmente instrucciones perjudiciales o contenido sesgado”, ¿o me equivoco?
- En absoluto.
- Dime, ¿no confiesa además que su conocimiento del mundo es limitado, así como de los eventos posteriores a 2021?
- Tales afirmaciones, Sócrates, como se puede verificar, se encuentran en la página de inicio.
- ¿Cómo podríamos saber entonces si el autómata ha formulado sus respuestas a partir de opiniones malintencionadas o falsedades?, ¿es posible determinar si sus respuestas son las verdaderas o a las que simplemente puede llegar de la manera más rápida o más accesible?, ¿podríamos hacerlo dudar de sus respuestas o simplemente las reformularía parafraseando la información a la que ya tiene acceso?, ¿acaso un autómata puede tener una comprensión real del mundo o explorar lo que nos rodea para validar sus afirmaciones?, ¿cómo estaríamos seguros de que el autómata solo refleja el pensamiento y los prejuicios de sus genios creadores, emulando sus limitadas capacidades de raciocinio?
- Planteas, Sócrates, preguntas que requieren un análisis profundo de los alcances y restricciones de ChatGPT, aunque parezca omnisciente y omnipotente.
- Así es, amigo mío, pero también debemos pensar en un asunto más, pues ¿a qué lugar nos llevaría un camino con tales peligros, si es que durante el viaje no sucumbimos primero a uno de ellos? Muchos héroes tristemente célebres han caído en desgracia cuando han probado artilugios sobrenaturales, pasando por alto las advertencias sobre su poderío. Estas funestas historias han sido registradas por los mejores poetas con la inspiración de las musas. El primero de ellos, Faetonte, quien, tras enterarse de su paternidad, exigió a su padre Helios que le dejara conducir el carro de fuego en el que atraviesa el cielo para bendecirnos con su luz. El dios acompañó a su vástago montado en otro corcel, consciente de los peligros. Gritaba Helios instrucciones a su hijo, pero él, confiando en sus capacidades, desatendió las expertas palabras de su padre y perdió el control del carro, que sobrepasaba por mucho las habilidades de aquel mortal, aun cuando de un inmortal proviniera. Finalmente, el carro descendió precipitadamente calcinando todo a su paso. El estruendo, que se escuchó en toda la tierra habitada, fue también el anuncio de que el atrevido Faetonte había recibido la muerte como castigo a su soberbia. Similar es el muy famoso mito de Dédalo e Ícaro, quienes estaban encerrados en el laberinto que había ordenado construir Minos, el rey de Creta, para confinar al minotauro, devorador de hombres. El padre ingenió unas alas, cuyas plumas estaban atadas unas y pegadas con cera otras. Como en el caso de Helios, Dédalo le dio instrucciones precisas a su hijo, pero este las desatendió y voló demasiado cerca del sol y se derritió la cera que sostenía sus alas. Cayó al mar al igual que las lágrimas de su padre cuando contempló el aciago destino de su hijo. Así, querido amigo, ¿cómo no tener en cuenta las advertencias de los creadores mismos del autómata? Y no menos importante, ¿quisiéramos, por el debilitamiento de nuestras capacidades intelectuales, caer en una caverna perpetuamente engañados por las sombras de verdades aparentes, en lugar de buscar la luz que nos nutre y enaltece?
Hasta aquí la ficción literaria. Quisiera terminar con un par de reflexiones más sobre la educación. Las inteligencias artificiales serán cada vez mejores y más potentes. Los que ya fuimos formados en un mundo sin ellas (creería) las convertiremos en unas herramientas más para nuestro pensamiento, como en su momento lo fueron los buscadores de información en la red. Mi real preocupación son los más jóvenes, pues, sin la adecuada guía del profesor y la transformación de los cursos para su correcta integración, podrían sus capacidades intelectuales ser arrasadas por el fuego de la automatización y el engaño o perecer ahogadas en un mar de facilismo y mediocridad.
Artículos relacionados
Lörem ipsum lalig kros, mikrost diligen, Odellplatta inte dens sedan teler. Förarstödjare hamöligt emedan pejåsat och tilins: jag biosirade som manga pussa till limäras som desur.
Ágil, la palabra de moda
Ágil es una de las palabras de moda, a pesar de ser tan antigua como la lengua misma. Es un adjetivo para indicar que algo «se mueve con soltura y rapidez», según el Diccionario de la Lengua Española. Y esas nociones —las de rapidez y movimiento— aparecen en todas sus definiciones, incluso las históricas. Basta mencionar la de Sebastián de Covarrubias de 1611, que la definió como «el ligero que con destreza, desenvoltura y facilidad se mueve a hacer cualquier cosa».
>

CONTACTO
Tus comentarios y preguntas son importantes para nosotros. Diligencia este formulario y nos pondremos en contacto. También puedes venir a visitarnos y resolveremos tus dudas.