Realismo mágico - día sin IVA
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Por Ana María Olaya Pardo, directora de Programa de Economía y Finanzas Internacionales, y Giovanni Hernández Salazar, director de la Maestría en Gerencia de Inversión.
Las palabras de moda son “pandemia”, “coronavirus” y “COVID-19”. Por lo menos este año, lo han sido desde marzo hasta mitad de mayo, meses en los cuales entramos y seguimos en un confinamiento obligatorio decretado por el Gobierno nacional y local. En ese tiempo de “encierro salvavidas” (primo hermano de las “cámaras salvavidas”), también surgieron nuevas palabras o frases, como “violencia intrafamiliar”, “enfermedades mentales”, “encierro”, “virtualidad”, “trabajo en casa”, “zoom”, “teams”, “gigas”, “megas”, “banda ancha” e “internet de alta velocidad”. Sabrá Dios qué significa “internet de alta velocidad” o, simplemente, “internet” para un gran porcentaje de hogares en Colombia. Padres “mamados” de sus hijos. Hijos “mamados” de sus padres. Padres e hijos “mamados” de zoom, de teams, del computador, y aburridos de la nueva “normalidad”.
A partir de la segunda mitad de mayo y durante todo junio, ya nos preocupamos seriamente por la economía. Comenzaron las noticias sobre quiebras de empresas, impacto negativo en las actividades económicas, como restaurantes y turismo, recesión económica, desempleo, vacaciones no remuneradas, disminución en los salarios, donaciones. Los “ídolos” de nuestra cultura, como Harry Sasson y los hermanos Rauch, cerraron sus restaurantes; Doña Segunda enviaba domicilios (¿quién lo creería?). La Puerta Falsa quedó “falsa”. Los cantantes Paola Jara y Jessi Uribe planeando presentaciones virtuales y cobrando por “verlos” en la zona VIP. Si a ellos, los dioses de los colombianos, les pasó eso… ¿qué esperamos los mortales comunes y corrientes? Si esto fuera el primer capítulo de una novela, solo sería imaginable en el capítulo siguiente percibir a personas asustadas en sus casas, guardando con celo su dinero para soportar un futuro incierto.
Pero, como en toda novela y de la nada, surge un salvador. Este se conoció, y aún se conoce, como el “día sin IVA”. Las mentes más veloces lo interpretarán como un día en el cual no se cobra IVA. Eso está muy bien. Pero, ¿dónde está el realismo mágico que caracteriza a los colombianos? El día sin IVA fue aquella heroica jornada en la que las mentes más prodigiosas de este país (económicamente hablando) y el Gobierno “obligaron a los colombianos” a comprar objetos insulsos e inútiles en tiempos de pandemia, usando crédito costoso en un momento de fuerte crisis económica. Muchos colombianos corrían despavoridos por el comercio (como si la DIAN los persiguiera) comprando televisores, licuadoras, picadoras. Compras con tarjeta de crédito. ¿Cuántos de ellos son conscientes del costo financiero que están asumiendo? ¿Cuántos tendrán el dinero para pagar la deuda? ¿Cuántos se han dado cuenta de que la tasa de interés de las tarjetas de crédito se han incrementado, mientras la tasa de referencia del Banco de la República ha disminuido? ¿Cuántos salieron sin IVA, pero con virus?
El día sin IVA benefició a los comerciantes de estos productos. La gran mayoría de los comerciantes aumentaron los precios o quitaron las promociones ese día, como es el caso de Alkosto. Estuve dos días antes mirando electrodomésticos, y me encontré con promociones entre el 15 % y 50 %. Me emocioné al calcular el costo de mi compra si regresaba el viernes. Obtendría un descuento mayor por el día sin IVA. ¡Pero no! Un empleado me informó que las “promociones” no estarían vigentes el 19 de junio. Al hacer las cuentas, era mejor pagar el IVA con los descuentos y no esperar al día sin IVA. La ayuda a los colombianos se limitó solo para los comerciantes, quienes sí obtuvieron mayores ingresos por las ventas de ese día.
Pero no todo es malo. Hay cosas peores. El día sin IVA afecta aún más la situación fiscal del país. El Marco Fiscal de Mediano Plazo de 2019 señaló que la regla fiscal podría cumplirse solo en los años 2020-2021, aunque de allí en adelante, y hasta el 2028, ya no sería posible cumplirla. Claro, todo esto bajo el supuesto del realismo mágico, como la enajenación de activos, como Ecopetrol; mayores utilidades del Banco de la República, incremento en el recaudo por la ley de financiamiento, eficiencia en la DIAN y reducción del gasto público social. Pero el coronavirus los “coronó” y los obligó a incrementar la deuda, en un país ya endeudado. La deuda bruta llegó a niveles del 51.6 % del PIB en 2019, la cual debería estar alrededor del 30 % del PIB para cumplir con los estándares internacionales, en cuanto a saneamiento de las finanzas públicas.
Pero las películas nos enseñan que debe haber un ganador. Lo malo es que, sin importar la situación, el ganador siempre es el mismo. Es como cuando las personas repiten la misma película esperando que el final cambie. Pero no cambia. El gran ganador vuelve a hacer el sistema financiero. El Banco de la República, usando sus antiguas medidas de política monetaria, y para dar liquidez a la economía, ha venido reduciendo la tasa de intervención hasta ubicarla en 2.5 %, una de las tasas históricas más bajas. Esta reducción en la tasa de intervención debería apalancar tanto al aparato productivo, como a los hogares en este difícil momento de la economía mundial. Pero no es así. Tristemente, recibo ayer una notificación de un banco aprobándome un crédito hipotecario a una tasa el 9.3 %. Cuando vi el nivel de la tasa, pensé: “Soy cliente de alto riesgo para este banco”. Sin embargo, concluyo que todos los colombianos somos clientes de alto riesgo al ver que el canal de transmisión de la política monetaria no está funcionando, o funciona con una lentitud extraordinaria, ya que la ayuda del Gobierno se está quedando en manos del sector financiero y no está llegando al aparato productivo, y menos a los hogares.
Solo me queda por concluir que esta situación ha permitido que los colombianos amplíen su léxico mirando programas en sus nuevos televisores.
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