¿Qué le dice la crisis a la filosofía?
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Saber es, como decía al comienzo de estas reflexiones, saber integrar distintas formas del saber (experiencial, técnico, práctico o teórico) en nuestro centro vital; y es hacerlo “sabiendo que se sabe”; es pues, elevar a conciencia el saber mismo, siempre en apertura ante la realidad. La filosofía, como acervo de este saber que se va alcanzando poco a poco al hilo de la historia, procura mantener, en el temple justo, la conciencia social y cultural de lo plenamente humano.
Los tiempos de crisis son tiempos que interpelan a la filosofía y la invitan a mirar hacia atrás, para encontrar en los logros del pasado, claves de lectura del presente; pero también el tiempo de crisis invita a la filosofía a adentrarse en el presente, y, sin embargo, a elevarse luego, para que no termine ahogada por el torbellino de los acontecimientos. Ahora bien, la crisis también es un llamado a la filosofía para que proponga caminos a futuro, con innovación y fuerza “creativa”.
Puede sonar algo irreverente, pero, me atrevo a sugerir que la crisis del siglo XIV pudo haber sido mejor atendida y mejor considerada desde la perspectiva filosófica. En mi opinión, fue insuficiente el modo como la filosofía tamizó el pasado y como se situó ante la perplejidad del presente. Ciertamente, apareció una temporalidad diferente, la de la nueva ciencia, la nueva economía, la nueva configuración social y política, y sus nuevos ritmos jalonaron a la filosofía invitándola a que renunciara a su propia temporalidad, más reflexiva, para ajustarse a las demandas imperantes. Pero el costo fue la perdida de talante sapiencial. Tanto la historia como la filosofía se situaron en un cierto no saber: un cierto oscurecimiento, una cierta perplejidad.
Pues bien. Antes de aventurar una posible manera de mirar filosóficamente la crisis actual, consideremos por unos momentos los signos del siglo XX.
Por supuesto, desde el punto de vista de la ciencia, la prevalencia la tienen la física y las que vienen llamándose ciencias de la vida, desde la ecología, pasando por la biología molecular, hasta las neurociencias.
A comienzos del siglo XX la teoría de la relatividad marcó un hito en la historia de la ciencia, con altos impactos en todas las ramas de la cultura. Afirmar que la localización de un suceso en el espacio y en el tiempo depende del estado de movimiento del observador, implicó una trasformación radical en la cosmovisión que se tenía hasta la fecha (1). El origen del universo, las relaciones entre las fuerzas de la naturaleza, la concepción sobre la luz, o sobre el espacio – tiempo curvo y la comprensión tetradimensional del universo, todo ello ha venido impactando primero la teoría de las ciencias, luego, poco a poco, su aplicación en el mundo real, y más lentamente quizás, la filosofía. Se piensa, por ejemplo, que la ciencia de cuño empirista empezó a mover sus cimientos filosóficos cuando reconoció que los fenómenos, susceptibles de experiencia sensible, ya no fundaban suficientemente la comprensión conceptual de la realidad. Esto tuvo y sigue teniendo un impacto significativo en la filosofía de la ciencia del siglo XX (2) y en derivas de la filosofía de la percepción.
El otro gran descubrimiento de comienzos del siglo XX fue la mecánica cuántica, la cual implicó cambios significativos en la comprensión de la materia y la energía a escala microcósmica.
Junto a esto, asistimos al desarrollo de la teoría del Big Bang.
Aunque la teoría de la evolución de Darwin se desarrolló en el siglo XIX, con ella se marcó el tránsito de las investigaciones naturalistas a las de carácter más específicamente científicas, y se delineó un camino irreversible para la Biología. Especialmente durante la segunda mitad del siglo, y muy propiamente durante sus dos últimas décadas, se desarrolló significativamente la biología molecular, aparecieron biotecnologías con enorme potencial médico y social, tuvo lugar la dilucidación, por Watson y Crick, de la naturaleza y estructura de la información genética, todo ello terminó mostrando el comienzo de una nueva gran revolución (3).
También el siglo XX fue el escenario para los trasplantes exitosos de órganos y para finales del siglo se formulaban preguntas como si es posible modificar el proceso de envejecimiento y de muerte de los vivientes, o si el “hombre tecnológico” puede ser comprendido como un caso más del desarrollo evolutivo de los vivientes: automodificación controlada de la especie humana misma (4).
Estos desarrollos de las ciencias naturales y de la tecnología correlativa, vienen influyendo lenta pero significativamente en las ciencias humanas, aunque ello no implique aún la suficiente comprensión de su impacto.
[1] La longitud de un objeto en movimiento, así como el instante en el que algo sucede eran considerados invariantes absolutos.
[2] Cfr., García-Raffi, R., Relatividad y ciencia empírica en Aporía, Revista internacional de investigaciones filosóficas, No. 4, 2012, pp. 4-24
[3]En 2003 se descifró el genoma humano también llamado “libro de la vida”, y para 2008 el gran descubrimiento fue el de la reprogramación celular, de modo que una célula de piel, por decir cualquier ejemplo, se podría convertir en neurona. Técnicas extraordinariamente poderosas han permitido manipular el ADN con gran eficiencia, logrando la clonación de genes, el desarrollo de animales y plantas transgénicas, las terapias génicas.
[4] Cfr., Morata, G., "El siglo del gen. Biología molecular y genética", en Fronteras del conocimiento, Madrid, BBVA, 2008.
Desde otra perspectiva, el siglo XX asistió a la segunda revolución industrial. La electrificación de las fábricas, la masificación del automóvil, el avión, el teléfono, el proyector cinematográfico, la bombilla incandescente, la radio, el telégrafo, la creación de armas nucleares y la conquista de la luna, todo ello alteró la comprensión espacial y temporal de la sociedad.
Y desde el punto de vista histórico político, las dos guerras mundiales[1], la revolución cubana, los conflictos árabe-israelíes, la escalada del terrorismo, dejaron al descubierto, en un sentido nuevo, la violación de los derechos de los hombres y de los pueblos, cuando el ejercicio del poder se desborda.
En medio de todos estos desarrollos y conflictos, lo uno y lo otro, expresiones de poder, parece que se profundizaron las desigualdades en cuanto al desarrollo social, económico y tecnológico, en cuanto a la distribución de la riqueza entre los países y a las grandes diferencias en la calidad de vida de los habitantes de las distintas regiones del mundo.
En mi opinión, el siglo XXI ha venido experimentando consecuencias devastadoras de mucho de lo que en el siglo XX parecía ser progreso. La transformación medioambiental ha alcanzado topes insospechados. La vida en el planeta está irreversiblemente amenazada. Las brechas entre pobres y ricos es inmensa, las migraciones humanas son incontables; nuevas amenazas se ciernen: la disolución de la esfera privada y del dominio de lo propio, en manos de las agencias de internet. La, cada vez más, evidente incapacidad para que las personas superemos los alcances tecnológicos de las máquinas y las escasas alternativas laborales que van quedando a los humanos son solo unos ejemplos para la experiencia de incertidumbre y de indefensión del siglo XXI, quizás más aguda y más extensa que la del siglo XIV.
Y más aún, un nuevo aspecto del poder, muy propio del siglo XXI viene insinuándose, incrementando nuestra incertidumbre: lo que en palabras de Yuval Noahl Harari, es la mayor revolución biológica de la historia, desde el comienzo mismo de la vida; la posibilidad de que el ser humano sea “renovado” o “reemplazado” gracias a un producto suyo: el diseño inteligente, la inteligencia artificial y la tecnología informática, dando paso a entidades con “vida-inorgánica-inteligente”[2].
Ahora bien. Marzo de 2020 ha sido el escenario puntual que pone sobre el tapete la nueva crisis que adviene en la historia de la humanidad. El acontecimiento que la revela es la aparición de un virus, una molécula de ARN, nano-ser en la frontera entre lo vivo y lo no vivo, que permaneció en el organismo de los murciélagos asiáticos, pero que un día “viajó” hasta las mucosas nasales de un ser humano, en una población de la China, Wuhan, en la que está situado un laboratorio de experimentación biológica, y tras una repentina mutación genética, se instaló en células de su sistema respiratorio, con capacidad replicativa y atacando su equilibrio biológico A partir de ese momento, la humanidad quedó amenazada de muerte. Su fácil poder de trasmisión movió a los jefes de gobierno de todos los países del mundo a tomar medidas de máxima protección, mientras se logra descubrir el antídoto.
Ese parece ser el acontecimiento detonante. Así parece que se desvela una dinámica en la que el ser humano del siglo XXI, esté en cualquier parte del planeta donde esté, asiste a una nueva y radical conciencia de su finitud y de su fragilidad y de su impotencia
¿Qué ha pasado con las formas de poder, instauradas en la cultura moderna y ajustadas, perfeccionadas, remodeladas a lo largo de los últimos siete siglos? A mi juicio, un microorganismo -existente entre lo vivo y lo no vivo-, las ha puesto en cuestión, en un lapso mínimo de tiempo.
¿y qué ha pasado con la filosofía que, bajo diversos enfoques, ha proseguido, interpretado, o justificado los signos del poder? A mi modo de ver, empieza a evidenciar la insuficiencia de los presupuestos que mantuvo en vigencia, a comprender la necesidad de distancia crítica para reinterpretar las crisis y para confrontar sus tesis con la realidad que trasciende los acontecimientos puntuales; y también vuelve a mirarse a sí misma, para que de ese pulso saque a la luz novedades sapienciales.
Yo no preguntaría qué dice la filosofía en este tiempo de crisis. Entre otras cosas, porque los tiempos de crisis son breves y los tiempos filosóficos, por necesitar de la reflexión, se distienden. En cambio, preguntaría qué le dicen a ella -y particularmente a los filósofos de hoy-, estos tiempos.
Ciertamente, ya ha quedado una lección: la conciencia de la finitud humana, su fragilidad ante las fuerzas de la naturaleza o su pequeñez ante la inmensidad del cosmos, su exposición ante lo azaroso o lo incierto, no tiene por qué arroparse bajo dinámicas de poder desvinculadas del saber o subyugantes del mismo.
Por ello, pienso que esta crisis actual nos invita a quienes hoy atendemos el llamado de la filosofía a que contribuyamos a la construcción de un nuevo paradigma que supere los límites de una sociedad y una cultura centrada en el poder. En este sentido, pienso que nos sugiere aguzar la mirada, con más hondura y más cuidado, hacia la vida y por supuesto, hacia la vida propiamente humana. Y pienso también que para que esto salga bien, nos pide que no olvidemos el talante sapiencial de la filosofía.
[1]En función del establecimiento de un nuevo orden mundial, entre 5 potencias -Inglaterra, Alemania, Francia, EEUU y Japón – y los Imperios austrohúngaro, ruso y otomano de la Europa del este.
[2] Entrevista, https://www.youtube.com/watch?v=hxuKo_VdM9o y https://www.youtube.com/watch?v=ECwY77VI3QM
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