Influencia
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Por Juan David Cárdenas, profesor de la Facultad de Comunicación.
En los últimos meses, uno de los temas recurrentes en la agenda pública nacional es la participación de influenciadores en las campañas electorales y en el Gobierno, tanto en el saliente como en el que recién inicia.
La participación de los influenciadores digitales no es exclusiva de nuestro país. En todo el mundo, movidos por las redes sociales, por la democratización del acceso a internet y la posibilidad de monetizar los contenidos, cientos de personas se han lanzado a buscar uno de los bienes más preciados de la vida en el mundo digital: la atención.
En busca de la atención, los influenciadores que toman el camino de los asuntos políticos utilizan redes sociales como Twitter, TikTok e Instagram para formar comunidades y diseminar sus opiniones frente a los asuntos públicos, además de adquirir visibilidad y, hasta cierto punto, una reputación en el mundo digital. En algunos casos, su trabajo resulta útil para llegar al poder legislativo por la vía de las elecciones o para que sean considerados como voces válidas del debate público. Todo ello es posible si se ajustan a los criterios periodísticos de los medios tradicionales y la lógica de la viralidad de las redes sociales.
Frente al impacto de los influenciadores en la construcción de la opinión pública digital se han tejido muchas preguntas. ¿Hasta qué punto su presencia fortalece la democracia? ¿Son ellos factores que fomentan o incrementan la polarización? ¿Cómo incide el hecho de que sus opiniones sean lucrativas (moneticen)? ¿Qué funciones cumplen dentro del debate público? ¿Sus actuaciones responden a sus propias opiniones y convicciones o se convierten en herramientas de manipulación de los sectores políticos tradicionales?
Es claro, de entrada, que los influenciadores compiten por la atención en el mundo digital y se valen de recursos lingüísticos, audiovisuales, sonoros y demás para despertar la atención de públicos que quizás de otra manera no pondrían atención a los asuntos políticos. Esto pone una gran responsabilidad sobre la calidad de los contenidos que producen, ya que son, en muchos casos, la primera o única fuente de información política de muchas personas, sobre todo de las audiencias jóvenes.
Los influenciadores, que son las versiones contemporáneas de los otros líderes de opinión, imponen estilos, formatos y códigos a los periodistas, políticos y ciudadanos que venían acostumbrados a las formas tradicionales de hacer y comunicar la política.
Es posible ser crítico, pero no necesariamente con las agendas temáticas de los influenciadores. Muchos de ellos movilizan asuntos que enganchan a las audiencias y que no se alejan de las preocupaciones ciudadanas: el medio ambiente, la corrupción, la violencia de género, entre otros. Sin embargo, la preocupación reside en los atributos de estos temas de la agenda, en saber dónde recae el énfasis de sus contenidos, a menudo orientados hacia la personalización, la banalización y la superficialidad de la agenda pública. Esto no opera igual en todos los casos; sin embargo, en la mayoría, se evidencian las intenciones por afectar políticamente y en términos de percepción de opinión a sus contradictores, apelando a los ataques personales y a aspectos que poco aportan al debate democrático.
La figura del influenciador sigue transformándose; es parte del ecosistema político digital y su impacto futuro dependerá de hasta dónde su papel trasciende la influencia digital y llega al ámbito político e institucional, como se evidenció en las elecciones legislativas. En estas, llegaron o estuvieron cerca de obtener curules en el Congreso. También en las elecciones presidenciales vimos cómo los influenciadores se constituyeron en herramientas de comunicación de campaña, con una alta importancia para todos los candidatos en contienda. Por ahora, simplemente muchos siguen luchando por la atención, buscando influir.
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