Educar para transformar: retos frente a un modelo en crisis
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“Esta es una crisis de modelo, pero, en el fondo, es una crisis de sentido y de valores”.
El proceso histórico se caracteriza por su dinamismo, por el cambio, siendo este casi lo único permanente en la realidad actual afectando todas las dimensiones de la vida humana. Y uno de los más críticos problemas actuales, si no el más, es la difícil sostenibilidad del entorno, generada por la huella humana en el sistema de la vida, acentuada dramáticamente desde la primacía del modelo de desarrollo que llevó a la industrialización sin límite, al uso inadecuado de los recursos y a sus impactos ambientales.
También se ha construido una sociabilidad en la que el aspecto humano ha sido desplazado de manera progresiva, creando sociedades polarizadas y excluyentes, aumentando la pobreza y la marginalidad, y consolidando una de las más complejas paradojas de la historia. Hoy se vive el momento más pletórico de crecimiento económico, tecnológico y científico, pero a costa de ese aspecto humano, el actor principal de la historia. Y esta historia se muestra plena de aprendizajes y de retos, incluyendo el momento más dramático, ese que invita a cuestionar la perdurabilidad de la vida misma y la subsistencia humana en el planeta.
Así, tenemos sobre la mesa dos grandes temas: (1) las oportunidades actuales y futuras en un entorno industrializado y tecnologizado, y (2) los retos de aprendizaje que ello implica para la realidad humana. Esto devela una inquietante paradoja: el desarrollo tecnológico ha implicado procesos de generación y uso de conocimiento, pero aplicados de manera intensiva. Sin embargo, no se percibe al mismo ritmo el proceso humano de reflexión, conciencia y aprendizaje sobre los impactos que todo lo anterior genera.
En tal contexto, se requiere pensar que la educación en el mundo actual se ha apartado de sus más nobles pretensiones, que consisten en aportar a la transformación social para responder ahora a los imperativos del mismo modelo de desarrollo que ha llevado a la crisis multidimensional de la humanidad. Esta es una crisis de modelo, pero, en el fondo, es una crisis de sentido y de valores.
La crisis del modelo de desarrollo
La respuesta a las necesidades humanas no puede ser un modelo de desarrollo que define como elemento por excelencia de su éxito la existencia del “mercado”. Gudynas (2004) dijo: “Las corrientes mercantiles postulan que el mercado es el mejor escenario social para la interacción de las personas (…) y en el neoliberalismo se llega al extremo de reducir los derechos personales a los del mercado (…) y se apuesta a que las fuerzas del mercado dispararían el crecimiento económico, el que, a la larga, resolvería la pobreza” (p.132). Sin embargo, eso no ha sido así.
También, el filósofo Michael Sandel ha planteado la discusión en términos no solo de crisis del modelo de desarrollo económico, sino en términos de desarrollo social. Él se pregunta: “¿Qué pasa cuando solo pasa el mercado?”. Con su cuestionamiento, él mismo responde: “[…] para relievar que el mercado ha rebasado sus propios límites y permeado la vida social hasta puntos inadecuados, como por ejemplo el hecho de que hoy prácticamente todo se vende y todo se compra, es decir todo tiene precio”. (Diario El Espectador. Entrevista de Marcel Ventura, 29 enero 2014).
El panorama es claro: “El modelo de desarrollo vigente privilegia el consumo y el tener, por sobre el gozo pleno, el vivir y el ser. Como consecuencia, la humanidad camina a pasos acelerados hacia su autodestrucción, resultado del agotamiento irracional de los recursos, sobre la base de un imaginario vacío: vivir al máximo el momento presente, y sin el mínimo recaudo de responsabilidad por la sustentabilidad futura de la especie humana y del sistema de la vida planetaria, fenómeno de la cultura actual que genera serias afectaciones en diversas dimensiones de las personas, como su salud física y mental, su manera de relacionarse con los otros y también su forma de relacionarse con el entorno […]. Ya Boff (2000) hacía una alerta, un llamado al cuidado y a educar a la sociedad, en la economía de lo suficiente de una manera agradable, sinérgica y articulada que lleve a un desarrollo sostenible” (Duarte, Luengas, Ramírez & Rojas, 2013).
Pero, ¿dónde buscar el principio articulador de una sociabilidad distinta? La naturaleza nos enseña que la ley básica del universo no es la competencia que divide y excluye, sino la cooperación que agrupa e incluye. Para convivir planetariamente, debemos superar la competencia que genera individualismo, acumulación y consumismo, e instaurar una cooperación capaz de generar comunidad y participación de todos, en todo aquello que nos interesa a todos.
¿Y dónde encontrar oportunidades de transformación a estos problemas? La humanidad actual está ante un momento de verdad, y no se trata de elegir entre seguir evolucionando o no; se trata de evolucionar y de lograr conciencia sobre lo que ello implica para el futuro de la especie humana y de la vida planetaria. La educación debe transitar de manera rápida para dejar de ser un mero instrumento de desarrollo de competencias y de formación para la fuerza de trabajo que requiere la industria, para lograr consolidar su rol como transformadora de la realidad. Eso sería una visión innovadora y utópica, y un cambio de mirada; se requiere una educación para lograr equilibrio entre el desarrollo económico y la sostenibilidad del entorno ambiental, y de la vida humana, plena, feliz y sobre todo consciente de su responsabilidad de cuidado de todo lo vivo, con enfoque de sustentabilidad.
La educación está siendo llamada a crear estas transformaciones hacia un enfoque humano, holístico e integral de las profesiones, que implicará una mirada integral en el marco de un modelo económico humano y ecológico. Es necesario un enfoque para equilibrar la búsqueda de la eficiencia organizacional, con la sostenibilidad del entorno ecológico más allá de la protección del ambiente, y maximizar los rendimientos sociales por encima de los intereses particulares.
Esto es la formación de la conciencia ética: “se hace necesario asumir un nuevo modo de vida, un nuevo paradigma centrado en el hecho de comprender qué implica la vida humana en el sistema de la vida planetaria” (Duarte, et al, 2012), comprender que el ser humano es todo y es partícula, es individuo y es sociedad, es objeto y es sujeto de las transformaciones.
El mayor reto educativo de nuestro tiempo: la educación del siglo XXI debe encargarse no del “mayor progreso”, sino de una transformación interior de la conciencia humana, de aportar a la libertad, a la apropiación de una conciencia universal sobre la convivencia, la solidaridad y la unión de todos los seres con la vida misma: construir una oportunidad para la humanidad.
En el fondo de cada ser humano, existe una fuerza interior, una escala de valores que se consolida sobre los más nobles sentimientos: la persona, la familia, el amor, la armonía y el deseo de un futuro en equilibrio. Rescatar la conciencia sobre esas realidades es el punto de partida y la esperanza sobre el futuro que se pretende construir.
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