Chiva
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Cada dos años, la Organización Internacional para el Libro Infantil y Juvenil (IBBY, por sus siglas en inglés) y el jurado del premio Hans Christian Andersen de literatura infantil (algo así como el Premio Nobel de los libros para niños) publican un listado de los 20 títulos infantiles que, según ellos, “son tan importantes que ameritan traducirse a todos los idiomas para que todos los niños del mundo puedan leerlos”. En el último listado, que se dio a conocer en 2024, el séptimo libro es de un autor colombiano: Chigüiro viaja en chiva, de Ivar Da Coll.
Y me llama la atención la forma en que anunciaron el título del libro en inglés: Chigüiro travels by chiva.
¡Imagínese el reto de traducir el término chiva a todos los idiomas del mundo!
Chigüiro viaja en chiva es lo que en la literatura infantil denominamos un libro sin palabras. Se trata de una narración que se cuenta por medio de ilustraciones y cuyas únicas palabras son las que le dan el nombre a la obra. En casos así, como también sucede con las obras de arte o las canciones y las películas, aquello que expresa el título es fundamental para asimilar el sentido del relato. Pero ¿qué hacemos cuando el sentido del título depende de un colombianismo?
El lingüista cognitivo Ronald Langacker ha explicado que cuando referimos una palabra también “invocamos” el marco semántico que la envuelve. Esto significa que nuestra mente accede al esquema mental que necesitamos para comprender de qué estamos hablando.
Por ejemplo, si escuchamos la expresión: “es que estoy atendiendo un chicharrón de última hora”, los colombianos asumimos que quien la menciona es una persona que está tratando de resolver un problema y no que se encuentra frente a una criatura con forma de chicharrón que se sentó en una mesa y pidió un café (porque recuerde, “lo está atendiendo”). En este caso, el marco conceptual que envuelve al término chicharrón es metafórico: una situación difícil de digerir. Y viene acompañado de dimensiones como: suceso imprevisto, urgencia, prioridad y riesgo considerable, entre otras.
Quienes alguna vez viajamos en chiva sabemos que se trata de un transporte rural que carga el universo en sí mismo. De hecho, mi papá solía decir que “todo cabe en un chiva”, pero que lo único importante es que el conductor viaje cuerdo. La chiva lleva un cerdo atado en la escalera (porque tiene una escalera) de la plataforma posterior del vehículo; carga productos agrícolas en la parrilla (porque tiene parrilla); no tiene ventanas, pero sí puertas a media altura de cada una de las filas de asientos, que no son más que tablas acolchadas de dos metros de largo y 40 centímetros de ancho; recorre caminos escarpados a una velocidad insufriblemente lenta, mientras sus pasajeros pueden conversar, gritar, reír, beber, rezar, etc.
Y note usted que nunca le hablé del tipo de vehículo o el motor que usa. Eso no es lo importante. La chiva no es un tipo de vehículo, sino una manifestación cultural. Por eso no creemos que se nos describa el sentido del término en la definición de la Wikipedia: “un tipo de bus artesanal y rústico usado en las áreas rurales de Colombia, caracterizado por su pintura colorida de arabescos y figuras. La mayoría tiene una escalera que conduce a una percha de metal que se usa para llevar gente, ganado o mercancías”.
En su aventura, Chigüiro sube a la chiva con su flotador y su sombrero, acompaña al mono que conduce y recogen a la gallina que carga su canasto de huevos. La chiva se pincha cuando tropieza con una piedra. No hay llantas de repuesto, pero logran repararla usando el flotador de chigüiro y, como el viaje ya ha tardado demasiado, se comen los bananos que llevaba el mono en la plataforma. Es un retrato infantilizado de lo que pasa con las chivas en las carreteras rurales del país: viajes llenos de imprevistos, que se sabe cuándo empiezan, pero no cómo ni cuándo terminan. Vemos lo colombiano en los bananos, el camino empedrado, la chiva, el sombrero, el viaje a tierra caliente.
Por estas razones, chiva puede entrar en esa lista de términos intraducibles a otras lenguas o, mejor dicho, que no se pueden traducir con una sola palabra equivalente, puesto que cargan un concepto detrás. Es similar al engagement del mercadeo, que no se entiende solo como compromiso; el culaccino del italiano, que es esa marca que deja un vaso frío cuando se retira de la mesa o tsunduko del japonés, que denomina al conjunto de libros que compramos y están amontonados esperando a ser leídos.
La internacionalización de Chigüiro viaja en chiva no solo eleva la obra de un ilustrador y cuentista colombiano de la literatura infantil, sino que reconoce y enaltece nuestra variedad lingüística y cultural con esa sola palabra.
Y no hemos hablado del término chigüiro.
Y no hemos acotado las diferencias entre una chiva y una chiva rumbera.
Gabriel Pineda, profesor de la Facultad de Filosofía y Ciencias Humanas.
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