Censura a los hechos del pasado. Prohibir los dibujos animados
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Por estos días, fue noticia la cancelación de una (otra más) serie de animación de los años 40. Se trata de Pepe Le Pew, un zorrillo apestoso que se enamora a primera vista de una gata y la persigue constantemente. ¿Es Pepe el personaje que queremos que los niños emulen? Por supuesto que no, pero es testimonio de una época con valores distintos a los actuales. En su momento, a nadie se le habría ocurrido tildar al personaje de machista, pues las mujeres de entonces eran consideradas poco más que asistentes del hombre y “reinas del hogar”. En ese orden de ideas, la censura al personaje y a lo que representa no es una tragedia, salvo que se abre una puerta peligrosa a la censura de los hechos del pasado para intentar borrarlos, como si nunca hubieran ocurrido, bajo la lupa de los valores imperantes en la sociedad actual.
El fondo del asunto no es si estos personajes representan valores positivos o negativos, si no que son una representación, un espejo de la sociedad, de su época y, al censurarlos, no cambiaremos los efectos del comportamiento de los ciudadanos, si no solo su reflejo. Se trata de una solución autocomplaciente que limpia las conciencias, como si botáramos a la basura cualquier vestigio de hechos horribles del pasado para fingir que no ocurrieron. Parece que ofende más la representación de la realidad que la realidad misma. Y, ¿si en vez de estar censurando dibujos animados antiguos nos ponemos de acuerdo como sociedad para borrar de una vez por todas el machismo, el racismo, la xenofobia y el clasismo? ¿Y si aprovechamos estas representaciones erróneas como punto de partida para promover reflexiones sobre lo que somos y lo que fuimos, y así tratar de pensar en lo que queremos ser?
Es hora de dejar de atacar las imágenes para poner el énfasis en cambiar la realidad. Ni romper el espejo nos quitará la fealdad, ni quemar el álbum cambiará nuestro pasado.
Por supuesto, hay productos que cruzan los límites de la ética en la representación de situaciones, personajes y conflictos, pero encontrar esos límites es complejo y muy relativo. Allí cabe entonces la cuestión de si, más allá de un lavado cosmético de conciencias, cambia algo al censurar estos productos.
Desde mi punto de vista, es más importante cambiar la realidad que su espejo. La censura solo calma conciencias inquietas y lava la imagen de los dirigentes frente a sectores conservadores, sin que con ello se cambie la problemática que dice atacarse. Es hora de dejar de atacar las imágenes para poner el énfasis en cambiar la realidad. Ni romper el espejo nos quitará la fealdad, ni quemar el álbum cambiará nuestro pasado.
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