Graduados de La Sabana que están cambiando vidas a través de sus fundaciones

Cuatro graduados de la Universidad de La Sabana lideran fundaciones que han transformado la realidad de comunidades en Bogotá y diferentes regiones de Colombia.
Un viaje de mil millas comienza con un solo paso”, decía el filósofo chino
Lao-Tse. En el camino hacia un futuro sostenible y una sociedad próspera, las
fundaciones representan ese primer paso fundamental. Estas organizaciones sin ánimo de lucro, creadas con el propósito de generar un impacto social o medioambiental, llevan a cabo iniciativas que no solo transforman la vida de las personas y las comunidades donde actúan, sino que también siembran las bases de un futuro prometedor para las próximas generaciones.
Este compromiso es el motor que impulsa a cuatro emprendimientos sociales liderados por graduados de la Universidad de La Sabana, que se destacan entre las 18.281 entidades sin ánimo de lucro reportadas por la DIAN, al presentar su solicitud de Actualización del Régimen Tributario Especial para el Año Gravable 2024. Las fundaciones 'Soy Oportunidad', 'Mi Llave', 'Verte Vivir' y 'Match Tenis' nacieron con la visión de transformar la realidad de sus beneficiarios. Para lograr su misión, estos graduados invierten su tiempo y ponen al servicio su experiencia profesional, mientras construyen una red de aliados clave en entidades públicas y privadas, con la idea de desarrollar iniciativas de alto impacto social.
Fundación Soy Oportunidad: empoderando madres para el trabajo

“La justicia es darle a cada quien lo que le corresponde”. Esa fue una de las primeras lecciones que recibió María del Mar Jaramillo cuando cursó el programa de Derecho. María recuerda que ese concepto básico caló en su cabeza en cada asignatura y le hacía preguntarse cómo podría contribuir a que, a través de su ejercicio profesional, más personas en Colombia percibieran esa definición como una realidad.
Pocos años después de graduarse, descubrió que podría lograrlo a través de la Fundación 'Soy Oportunidad', que atiende a mujeres en situación de vulnerabilidad y que son madres cabeza de familia.
Esta organización les ofrece un programa de formación para adquirir competencias demandadas en el mercado laboral, que les permitan conseguir trabajos en los que puedan ser económicamente productivas y con los que puedan continuar con sus responsabilidades como cuidadoras.
El origen de esta Fundación lo marcó su propia historia. María del Mar cursó el
programa de Derecho mientras asumía su nuevo rol de madre. Ella tenía 18 años
cuando Matías, su hijo, llegó al mundo. “Pensaba en que yo era muy privilegiada porque siempre recibí el apoyo de mis padres y mi esposo; pero, además, porque en
la Universidad siempre me ayudaron: Matías presentó parciales conmigo, fue a clases conmigo y hasta se graduó conmigo”, recuerda la abogada.
El hecho de recibir el apoyo necesario para sacar adelante su carrera mientras cuidaba de su bebé le hizo cuestionarse acerca de la realidad de otras mujeres que, en una situación como la suya, no cuentan con una red de apoyo para continuar adelante con su formación y sus proyectos.
Así comenzó la Fundación, ofreciendo programas de educación diseñados para
mujeres que interrumpieron su educación para dedicarse a la maternidad. Con la idea de facilitarles el proceso de formación y favorecer su labor de cuidadoras,
ideó una plataforma digital que permite tomar los cursos en los tiempos que las madres disponen, sin necesidad de salir de sus casas.
El programa tiene una duración mínima de seis meses. En una primera etapa, todas
las participantes reciben capacitación en temas de bienestar integral, liderazgo,
derechos de las mujeres, prevención de violencias y habilidades para la cultura
digital.
Posteriormente, toman una ruta de empoderamiento económico, en la que deciden si les interesa profundizar en habilidades para el emprendimiento o para el empleo, lo que resulta en cursos diseñados para desarrollar el perfil profesional de su interés. Entre esas áreas para las cuales se forman, están:
- Asistencia administrativa
- Servicio al cliente
- Cobranza y ventas.
Parte de la propuesta de valor de esta Fundación tiene origen en las rutas de formación que se hacen con voluntarios de diferentes empresas colombianas, quienes invierten en la capacitación de estas mujeres con la idea de poder contratarlas cuando finalicen el programa. “Las empresas hacen una inversión social: invierten en un grupo de mujeres para que se formen, obtienen beneficios a nivel tributario y, sobre todo, disponen de un montón de mano de obra que ellos necesitan”, explica la graduada.
Con esta iniciativa se ha logrado impactar al menos a 600 mujeres en todo el territorio colombiano. Para el cierre del 2023, 140 de ellas se habían graduado del programa, el 44 % había iniciado un emprendimiento y el 27 % había conseguido un empleo.
Para María del Mar, incidir en la realidad de estas mujeres es motivo de orgullo y reconoce que parte de lo que le ha permitido transformar sus vidas ha sido el cuidado por los detalles. “Esto es algo que agradezco profundamente haber aprendido en la Universidad, porque es lo que me permite darles atención a las personas y hablar con esa calidez y esa amabilidad con las que las personas se hablan en el campus”, concluye.
Fundación Mi Llave: colaborando para transformar familias

Xiomara Bohórquez y Héctor Pinzón, esposos y graduados de la Universidad de La Sabana dieron origen a la Fundación Mi Llave, inspirados en su propia historia. “Tuvimos una niñez complicada, en zonas de violencia, así como una juventud con algunas limitaciones”, cuenta Héctor, quien cursó la Especialización en Gerencia Estratégica.
Héctor recuerda que, por la convicción con su familia, tenían la iniciativa de ayudar a vecinos y conocidos, así como a diferentes personas en situaciones vulnerables, cuyas realidades pudieron identificar a través de su trabajo con el sector social durante varios años.
“Trabajando ahí, nos dimos cuenta de que hay demasiadas situaciones particulares
que el Estado no atiende”, señala Xiomara, quien es graduada de la Especialización en Gerencia de la Comunicación Organizacional.
Por eso explica que, como Fundación, reconocen cuatro tipos de pobreza: la espiritual, la material, la relacional y la motivacional.
“Aveces el Gobierno y las fundaciones solo consiguen ir a la población a hacer una
entrega de algo, pero no hay un cambio real en las personas, un cambio duradero a largo plazo”, señala.
Esto los alertó de manera particular en 2020, cuando la pandemia por COVID-19
los llevó a apostarle a este emprendimiento. “La pandemia nos marcó, empezamos a ver tanta hambre, tanta necesidad, tanta depresión, tantas cosas que estaban sucediendo, que nos motivamos a hacer algo más”, recuerda Héctor.
Querían una fundación que pudiera atender no solo las necesidades económicas de la población, sino también ofrecer atención psicosocial, para evitar casos de violencia en las familias y propiciar el desarrollo de personas en situaciones de vulnerabilidad.
Su interés estaba en generar esta contribución a la sociedad a través de un modelo innovador que favoreciera la sostenibilidad de esa fundación, para que no dependiera de las donaciones. “Justo en esa época estaba en el posgrado y vi una materia en la que nos hablaron de la economía colaborativa”, cuenta Héctor, quien plantea que vio este modelo como la solución ideal para las fundaciones, cuya principal dificultad para crecer está en la consecución de recursos.
La economía colaborativa es un modelo en el que las personas o empresas comparten y aprovechan recursos existentes, en lugar de comprar nuevos. Esto lo aplicaron a la Fundación Mi Llave, a través de la creación de una empresa de seguros con el mismo nombre, proponiéndoles a sus clientes que maximizaran el valor de su dinero a través de una compra con propósito.
Por cada póliza que compran, la Fundación puede invertir en ayudas que llegan a la comunidad. “Estamos generando recursos a través de potenciar lo que una persona paga por un servicio. Si una persona recibe nuestra atención y logramos que salga de una depresión, ya hemos cambiado la historia de una familia completa”, explica Héctor.
Por su parte, Xiomara señala que, como comunicadora, su mayor motivación detrás del trabajo que hace su familia con esta Fundación está en el reto de poder contar buenas noticias. “No quiero salir a cazar historias positivas, quiero ser parte de la construcción de esas historias, ser parte de la solución de los problemas en Colombia”, expresa. Eso es lo que les ha permitido impactar a miles de familias. En los últimos tres años, han dado más de 1.549 ayudas alimentarias y 2.339 ayudas no alimentarias a sus beneficiarios. Asimismo, han ofrecido atención espiritual o psicosocial a más de 1.000 familias en Bogotá, Cundinamarca y otras regiones del territorio colombiano,
como Cúcuta y el Catatumbo.
Fundación Verte Vivir: por la salud mental en Cundinamarca

Hace 14 años, poco tiempo después de obtener su título como psicóloga, Luz Marina Acosta pensó en que la mejor forma de poner en servicio su profesión era creando la Fundación Verte Vivir, en la que pudiera atender a familias en situaciones de
vulnerabilidad.
“Cuando decidí estudiar Psicología, lo hice porque me interesaba poder ayudar y
generar cambios en la vida de las personas”, afirma Luz Marina. De hecho, recuerda que en su Universidad recibió “Las competencias necesarias para tener una información integral y un perfil profesional enfocado en ayudar a los demás, siendo consciente de lo valiosa que es cada persona”.
Por eso, le pareció una buena idea llevar sus servicios de atención en salud a familias que tuvieran dificultades para recibir un acompañamiento psicológico, especialmente en Cajicá, Tocancipá, Zipaquirá y Ubaté; zonas en las que se ofrecen sesiones de escucha.
“Nosotros activamos las rutas de atención de la EPS, pero nos hemos dado cuenta de que el tiempo que le pueden dedicar al paciente en consulta es muy limitado, por eso es muy gratificante que desde la Fundación podamos llegar a esos lugares y acompañarlos”, plantea la graduada.
Además, en estos municipios, la Fundación ha creado alianzas con diversas parroquias para brindar apoyo psicológico a niños y jóvenes. A la par, se ofrecen espacios de formación para padres, orientados a fomentar una comunicación asertiva y a sensibilizar sobre la prevención del consumo de sustancias psicoactivas y el riesgo de conductas suicidas.
“Para nosotros, ha sido muy importante contribuir a la comunidad brindando psicoeducación, no solo a los pacientes, sino también a sus familias, para que entiendan, por ejemplo, qué es una depresión”, siendo esto un elemento clave para que puedan enfrentar estas dificultades en conjunto.
La Fundación detectó que una de las principales necesidades de esta población está asociada con la prevención de la conducta suicida. Por eso, desde la pandemia, funcionan diversos grupos virtuales de apoyo, que buscan evitar el incremento de estos casos. “Ver la transformación de nuestros pacientes, que pasan de no querer continuar con su vida a retomar sus proyectos y salir adelante, es muy satisfactorio”, explica la graduada, quien cuenta que otra de las formas en las que beneficia a la comunidad a través de su Fundación es por medio de un programa radial que se escucha en Tocancipá y Ubaté. En ellos, hablan de asuntos relacionados con la psicología y les abren el espacio a los oyentes para que llamen a hacer consultas y obtengan herramientas valiosas para el cuidado de su salud mental.
Fundación Match Play: construyendo paz a través del deporte

Desde muy niña, Adriana Andrea Archila, graduada de Derecho, tuvo consciencia de
que todas las personas necesitan algún tipo de ayuda, dado que su madre la involucró,
junto a su hermana, en actividades de impacto social con niños y adultos.
Desde entonces, se preguntó cómo podría generar un cambio en la sociedad, a partir de su profesión. Estudiando su carrera, descubrió en los derechos humanos una opción para cumplir con sus ambiciones. Así, después de cursar un posgrado en este tema, estudiando el Acuerdo de Paz que firmó el Gobierno con las FARC, pensó que valía la pena establecer una iniciativa que permitiera prevenir la no repetición del conflicto y, particularmente, evitar el reclutamiento de nuevas generaciones. "Fue entonces cuando vino a
mi mente la idea de crear la fundación, para que fuese esa herramienta que permitiera
transmitir lo que estaba escrito en el Acuerdo y llegar así a las comunidades. Creo que las artes y el deporte favorecen estos temas de incidencia social, así que
decidimos hacer una alianza con una empresa de comunicaciones, llamada Match
Tenis, y nos convertimos en la parte social de esa organización”, cuenta Adriana.
Así, desde hace seis años, la Fundación ha logrado a través del tenis cerrar brechas
sociales y ofrecer programas de formación en habilidades socioemocionales e inglés,
dirigidas a niños y jóvenes entre los 6 y los 21 años, pertenecientes a comunidades
vulnerables como Cazucá, en Soacha, y Novita, en Chocó.
En este tiempo, ha impactado la vida de más de 600 jóvenes, ayudándolos a alejarse de estructuras criminales y armadas para convertirse en agentes de cambio social en sus
comunidades.
Adriana explica que el éxito de este modelo está en que favorece el fortalecimiento del
carácter en estos niños y jóvenes, quienes, a través del deporte y la educación, descubren
que tienen numerosas posibilidades para su vida, más allá de las circunstancias del
contexto de violencia en el que crecieron. “En el reclutamiento forzado, el niño es
víctima de una manipulación muy fuerte. Le dicen: ‘mire, usted no tiene oportunidades,
usted no tiene comida, mire por todo lo que está pasando. Allá le podemos pagar mucho
más’. Acá lo que hacemos es mostrarle a ese muchacho que es valioso y que puede
construir un proyecto de vida distinto, con la idea de que tenga las herramientas para
tomar decisiones diferentes sobre su futuro”, explica la graduada.
Ayudarles a los niños a construir un proyecto de vida ha permitido que, además, la Fundación pueda reducir los índices de embarazo no deseado, consumo de
estupefacientes y violencia en esas zonas. “En Villa Mercedes, en Cazucá, hemos logrado que la comunidad empiece a cambiar sus diálogos internos. Ya no hay limpieza social ni las mismas redes de pandillas y narcotráfico. El cambio se empieza desde lo individual y ya empezó a trascender a lo colectivo”, señala Adriana.
Para ella, esta es la mejor forma de ejercer su profesión: mostrándoles a estas
comunidades cuáles son sus derechos y otorgándoles herramientas para que puedan
disfrutarlos. En su concepto, “Algo que nos une a quienes trabajamos en lo social es la
capacidad de visionar, de darnos cuenta de que todos estamos plantando una semilla a
la cual cuidaremos para que crezca”.
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