Un 77% de los padres castiga físicamente al menos una vez al año, a sus hijos
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Aunque en un sin fin de oportunidades, desde los gobiernos se ha señalado que nada justifica la violencia contra los niños, hoy por hoy, en Colombia, un 77% de los padres colombianos golpea, al menos una vez al año, a sus hijos.
Así lo señala una investigación, titulada Examining the Moderating Role of Parental Stress in the Relationship between Parental Beliefs on Corporal Punishment and Its Utilization as a Behavior Correction Strategy among Colombian Parents (Examinando el papel moderador del estrés parental en la relación entre las creencias parentales sobre el castigo corporal y su utilización como estrategia de corrección de conducta entre padres colombianos), que tras realizar encuestas y análisis, decidió ir más a fondo adentrándose en la importancia de comprender las creencias en torno al castigo físico y los factores que llevan a que se practique.
Para ello, las investigadoras de la Facultad de Psicología y Ciencias del Comportamiento, Martha Rocío González y Angela María Trujillo, no solo se quedaron con la fotografía actual del castigo físico en Colombia sino que a la vez, en una revisión de literatura, pudieron evidenciar la relación directa entre las creencias que los padres tienen sobre el castigo físico y el uso que hacen de este.
En relación con las creencias el estudio identificó tres creencias que los padres colombianos utilizan para justificar el castigo físico. “La primera de ellas consiste en creer que el castigo físico modifica el comportamiento del niño. Por ejemplo, un padre utilizará más el castigo físico si cree que con un chancletazo el niño cambiará su comportamiento, lo que desconoce el padre es que el niño podrá mostrarse más desafiante o agresivo en el mediano plazo, aunque en el momento le obedezca”, explica González, también decana de la Facultad de Psicología y Ciencias del Comportamiento.
La segunda, es la idea de que sí dicho castigo funcionó durante la crianza de ellos, también tendrá el mismo efecto en la crianza de los niños. “Expresiones como: ‘a mí me daban duro y míreme soy normal’ lo refuerzan. En realidad, el castigo físico afecta la autoestima, el desarrollo emocional y la salud mental de quienes lo sufren”, indica la doctora Trujillo.
En tercer lugar, se encuentra la idea de que entre más estrictos son los padres mejores serán los hijos. Dicha asociación surge probablemente porque los padres jóvenes creen que la autoridad está asociada con prácticas punitivas como el castigo físico y que ser estricto es necesario para criar.
También, los niveles más bajos de educación y estatus socioeconómico de los padres están asociados con dos creencias: el castigo físico modifica el comportamiento del niño, y cuanto más estrictos son los padres, mejores serán los niños. Este resultado podría sugerir que, en especial, “en los niveles más bajos se da aceptación del castigo físico como método de crianza”, reza el documento. La creencia de que, si el castigo físico funcionó para mí, también funcionaría para mi hijo, está asociada con niveles más altos de educación y estatus socioeconómico.
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Ángela María Trujillo, directora de Profesores e Investigación de la Facultad de Psicología y Ciencias del Comportamiento, y Martha Rocío González, decana de la misma Facultad.
Así, en todos los niveles socioeconómicos y educativos existen creencias que justifican el castigo físico por parte de padres colombianos hacia sus hijos. Al respecto, la historia personal de interacción con eventos o situaciones violentas es una influencia importante en el desarrollo de creencias disciplinarias. Las personas que fueron castigadas tienden a creer en la idoneidad del castigo como práctica parental.
“En tal sentido, no sorprende que la violencia que marcó el conflicto armado, en todas sus formas, haya dejado una profunda huella en el comportamiento colectivo de la Nación. Los patrones de comportamiento violento persisten, afectando incluso la forma en que los padres disciplinan a sus hijos”, explica la doctora González.
Adicionalmente, las autoras del estudio también buscaron comprender si esa relación directa entre las creencias sobre el castigo físico y su utilización cambia cuando los padres presentan indicadores de estrés.
En relación con este punto, el estudio encontró que si los padres tienen más de tres niños es posible que se sientan abrumados por la cantidad de responsabilidades y demandas que enfrentan a diario. Del mismo modo, la posibilidad de estrés se incrementa si los niños tienen cortas edades, pues requieren atención constante de la madre. Si los padres son jóvenes, es decir, menos experiencia tienen en la crianza también se hace más difícil manejar el estrés. Finalmente, las dificultades socioeconómicas también pueden influir. Por ejemplo, si los padres pasan por dificultades financieras o enfrentan problemas en su entorno social, puede que se sientan más presionados y recurran al castigo físico para controlar el comportamiento de sus hijos, sin percatarse de alternativas más saludables y efectivas.
“El hallazgo sugiere que el estrés de los padres afecta directamente al castigo físico. Cuando hay más factores estresantes presentes, se utiliza el castigo corporal debido al estrés y no a las creencias de los padres”, anota Rocío González.
En ese orden de ideas, la propuesta para resolver este tipo de situación consiste en acceder a ayuda profesional para consultar sobre los métodos que existen y educar sin recurrir al castigo ni físico ni verbal.
“Al enfrentar estos desafíos con estrategias efectivas y compasivas, podemos transformar la dinámica familiar y fortalecer el tejido social de nuestras comunidades en lugar de debilitarlo”, dice Angela María Trujillo.
Es decir, que la importancia de controlar las emociones y buscar apoyo entre padres y cuidadores para reducir el estrés y adoptar prácticas de crianza constructivas, como la supervisión cuidadosa y la disciplina inductiva, puede ayudar a aliviar la tensión en el hogar y crear un ambiente de comprensión y aceptación.
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