Los pasos del Papa Francisco en Colombia

*Texto publicado en El Espectador
Los cinco días que el sumo pontífice permaneció en Colombia pasaron a la historia y permanecen en la mente de muchos. En memoria de Francisco, hacemos un recuento de este hecho que, en su momento, trajo consigo una luz de esperanza para el país.
Las pequeñas gotas de su propia sangre que mancharon el alba blanca de Francisco, una de ellas muy cerca del crucifijo, podían ser un símbolo de esperanza: con su presencia en Colombia, el Papa recogía el sufrimiento de 60 años de violencia que, parecían haber terminado. La sangre brotó de la ceja izquierda, a causa del golpe accidental que recibió cuando se inclinó para saludar a un niño y el “papamóvil” frenó de manera abrupta. Pero, la anécdota resultaba más que curiosa, cuando tenía lugar en Cartagena, Colombia, un país cuya historia había sido escrita, en gran parte, con heridas abiertas de dolor y sufrimiento.
Los cinco días que el Papa Bergoglio permaneció en el país pasarán a la historia. Todavía, se perciben muy vivos los recuerdos de cuando vino a “callejear la fe”. Como él mismo dijo a su llegada. Había venido a recorrer los pasos de Pablo VI y Juan Pablo II, siendo el papa polaco el último en visitar al país. Entonces, Karol Wojtyla trajo de Roma un mensaje contundente de paz, perdón y reconciliación. Y esos fueron los mismos mensajes que Francisco repitió, como si nada hubiera cambiado.
El Pastor 1, de Alitalia, tocó tierra colombiana el 6 de septiembre del 2017. En los eventos públicos de Bogotá se pudo ver que, contrariamente a lo que gran parte de la opinión pública esperaba, Francisco no traía discursos políticos, ni mensajes teledirigidos, tampoco demostraba apoyo a ningún bando, en cuanto al acuerdo de paz que se había firmado meses antes con la guerrilla de las FARC y su desenlace.
En la capital, Francisco habló a los jóvenes en la Nunciatura: “No se dejen robar la alegría”, “vuelen alto”, “vivan la cultura del encuentro”. Posteriormente, cerca de tres millones de personas participaron en los encuentros que fueron organizados. El más masivo de ellos en el parque Simón Bolívar, donde se celebró la Eucaristía más concurrida en la historia de la ciudad.
Foto: María Guarín
A Villavicencio quiso ir para encontrarse con víctimas del conflicto. Allí llegaron desplazados internos de todo el occidente colombiano, huyendo de guerrillas, paramilitares y otros actores del conflicto. Al escuchar los testimonios de algunas víctimas, que narraron con detalle la crudeza de sus historias, el papa Francisco estaba conmovido.
En Medellín lo recibieron sacerdotes, obispos y religiosos, además de los miles de fieles que lo siguieron en cada una de las actividades previstas. Haciendo alusión al triste pasado de la ciudad durante los años 80, denunció a los “sicarios de la droga” que robaron la alegría a tantos jóvenes.
Su última parada fue Cartagena, una de las ciudades de Colombia donde más marcadas se ven las desigualdades sociales. Francisco había elegido este destino para recordar al mundo que la pobreza es una realidad crítica, que se debe afrontar con responsabilidad, estando siempre del lado de los más necesitados. No en vano, visitó las reliquias de san Pedro Claver, el misionero jesuita que se hizo esclavo de los esclavos en la Cartagena colonial.
“¡No están solos!” (Bogotá)
Las calles por las que la caravana del Papa y todo su séquito iban a pasar estuvieron atiborradas de gente horas antes. No importó tanto el inclemente frío bogotano de las mañanas, ni la incomodidad de esperar de pie. Era Francisco, el nuevo “Papa bueno” –como llamaban al beato Juan XXIII–, el que pasaría por allí. En la Plaza de Bolívar, un punto histórico, en pleno centro de Bogotá, cerca de 22.000 jóvenes se reunieron para escucharlo. Entonces, salió desde el mismo balcón donde Juan Pablo II bendijo a los fieles 31 años atrás, y con sus palabras cercanas, alejadas del misticismo inalcanzable, pronunció un mensaje cargado de emotividad. Al lugar llegaron jóvenes de toda la ciudad, incluso de todo el país, para escuchar su voz, “¡La paz esté con ustedes!”, saludó. “Vengo también para aprender; sí, aprender de ustedes, de su fe, de su fortaleza ante la adversidad porque ustedes saben que el obispo y el cura tienen que aprender de su pueblo y por eso vengo a aprender de ustedes. Soy obispo y vengo a aprender. Han vivido momentos difíciles y oscuros, pero el Señor está cerca de ustedes, en el corazón de cada hijo e hija de este país”, dijo. También, se refirió al dolor y la indiferencia. En ese mismo discurso, hizo un llamado a los jóvenes a ser actores del cambio. “Dejen que el sufrimiento de sus hermanos colombianos los abofetee y los movilice”, dijo. Hizo reír también. Con su acostumbrada espontaneidad, el Papa argentino utilizó el fútbol y el refajo (una bebida tradicional en Colombia, a base de cerveza), para ejemplificar los momentos en que debe hacerse evidente la “cultura del encuentro”. Los miles que estaban en el lugar, y los millones que lo vieron en televisión, entendieron a la perfección el mensaje. “Por favor, les pido pasión”.
Foto: María Guarín
Posteriormente, entre su apretada agenda, el Papa destinó un espacio para reunirse con los obispos. Como Pastor y cabeza mundial de la Iglesia Católica, este tipo de reuniones son de suma importancia, incluso más que los encuentros con políticos o presidentes. Les habló de manera directa y les pidió que no descuidaran la formación espiritual de sus sacerdotes, religiosos y consagrados, a la vez que los invitó a ser guardianes de la paz.
En otra reunión que sostuvo con la jerarquía eclesiástica, el comité directivo del CELAM, el Papa criticó la burocratización y el aburguesamiento en las estructuras eclesiales, e invitó a que la evangelización de América Latina se haga “con pasión de joven enamorado y abuelo sabio”. “Hermanos, por favor, les pido pasión, pasión evangelizadora. A ustedes, hermanos obispos del CELAM, a las iglesias locales que representan y al entero pueblo de América Latina y del Caribe, los confío a la protección de la Virgen, invocada con los nombres de Guadalupe y Aparecida, con la serena certeza de que Dios, que ha hablado a este continente con el rostro mestizo y moreno de su Madre, no dejará de hacer resplandecer su benigna luz en vida de todos”, concluyó.
El hombre récord
El último evento público y multitudinario de Francisco en Bogotá fue en el parque Simón Bolívar, donde celebró la Misa que, tal vez, haya reunido mayor número de personas en la historia de la capital colombia a. La alcaldía de Bogotá estimaba que a la Misa con Francisco llegarían entre 600.000 y 700.000 personas. Pero la realidad superó los cálculos: sumando las personas que acudieron al parque y quienes siguieron la celebración en las pantallas que se dispusieron en los alrededores. En ese entonces, el Papa reunió cerca de dos millones de personas.
“Es hora de sanar heridas” (Villavicencio)
Con la imagen del Cristo de Bojayá mutilada, sin piernas, ni brazos se coronó el altar en la ciudad de Villavicencio, donde se hizo un encuentro de oración por la reconciliación. “Nos reunimos a los pies del Crucificado de Bojayá, que el 2 de mayo de 2002 presenció y sufrió la masacre de decenas de personas refugiadas en su iglesia. Esta imagen tiene un fuerte valor simbólico y espiritual. Al mirarla contemplamos no sólo lo que ocurrió aquel día, sino también tanto dolor, tanta muerte, tantas vidas rotas, tanta sangre derramada en la Colombia de los últimos decenios”.
Ante él, cuatro víctimas del conflicto, contaron sus historias y fue en ese momento cuando se vio el rostro del Papa más expresivo debido a la crudeza de los relatos. “Gracias a ustedes cuatro, hermanos nuestros que quisieron compartir su testimonio, en nombre de tantos y tantos otros. ¡Cuánto bien –parece egoísta–, pero… tanto bien nos hace escuchar sus historias! Estoy conmovido. Son historias de sufrimiento y amargura, pero también y, sobre todo, son historias de amor y perdón que nos hablan de vida y esperanza; de no dejar que el odio, la venganza o el dolor se apoderen de nuestro corazón”.
La principal reflexión que quiso dejar Francisco con este encuentro, al que calificó como el momento que más esperaba durante su visita al país, giró en torno a la esperanza que no pueden perder, incluso, quienes han hecho el mal. En sus palabras, reconoció lo difícil que puede ser la aceptación de quienes hicieron de las armas su mecanismo de expresión violenta para promover ideales, proteger negocios ilícitos y enriquecerse. Su llamamiento caló en lo más interno de las heridas de un país que tanto ha sufrido: “Queridos colombianos: no tengan miedo a pedir y a ofrecer el perdón. No se resistan a la reconciliación para acercarse, reencontrarse como hermanos y superar las enemistades. Es hora de sanar heridas, de tender puentes, de limar diferencias”.
Otro de los propósitos de la visita del Papa Francisco a Villavicencio fue la beatificación de los sacerdotes Jesús Emilio Jaramillo y Pedro Ramírez Ramos. Jaramillo, asesinados por los violentos.
Foto: María Guarín
“Callejeros de la fe” (Medellín)
“¡Queridos paisas!”, así saludó el Papa Francisco a los miles de asistentes que se reunieron en la plaza de toros de La Macarena, entre quienes se encontraban sacerdotes, seminaristas monjas y consagrados. Medellín, que paradójicamente en la década de los 80 fue el fortín de Pablo Escobar, ha sido, históricamente, una de las ciudades donde el catolicismo ha estado más arraigado. La arquidiócesis de esta ciudad es la más grande del país, con el mayor número de iglesias y religiosos de toda Colombia. Por eso, el Vaticano eligió esta ciudad para que Francisco hablara de la vocación. “Las vocaciones de especial consagración mueren cuando se quieren nutrir de honores, cuando están impulsadas por la búsqueda de una tranquilidad personal y de promoción social, cuando la motivación es subir de categoría, apegarse a intereses materiales, que llega incluso a la torpeza del afán de lucro. Como he dicho ya en otras ocasiones, el diablo entra por el bolsillo”, señaló.
A quienes militan en la fe cristiana, haciendo parte de comunidades religiosas y diferentes movimientos que promueven la vida consagrada, los invitó a “callejear la fe”. En el lugar de su discurso, a pocos metros de él estaban las reliquias de Laura Montoya, la primera santa colombiana. El evento que mayor movilización generó en Medellín fue la Misa campal, en el aeropuerto Olaya Herrera. Coherente con el hilo conductor de su presencia en la ciudad, Francisco habló de frente a la Iglesia colombiana y a quienes conforman sus diferentes ministerios. “Hermanos y hermanas, la Iglesia en Colombia está llamada a empeñarse con mayor audacia en la formación de discípulos misioneros, así como lo señalamos los obispos reunidos en Aparecida en el año 2007. Discípulos que sepan ver, juzgar y actuar, como lo proponía aquel documento latinoamericano que nació en estas tierras”.
Parte de la agenda del Papa en Medellín contemplaba una parada en el Hogar San José, una obra misionera iniciada hace más de 100 años, que promueve el cuidado de niños que no tienen un lugar donde vivir, que son hijos de trabajadoras sexuales o han sido víctimas de abuso y abandono. Lo simbólico de esta visita guardaba coherencia con la cruzada mundial que el Papa Francisco emprendió, en busca de pedir perdón por los males que algunos sectores del clero han hecho a los menores. “Ver sufrir a los niños hace mal al alma porque los niños son los predilectos de Jesús. No podemos aceptar que se les maltrate, que se les impida el derecho a vivir su niñez con serenidad y alegría, que se les niegue un futuro de esperanza”, reflexionó.
“Derechos humanos” (Cartagena)
Frente a la iglesia de San Pedro Claver, ubicada en pleno centro histórico de la turística Cartagena, Francisco entonó el Angelus. En medio de la opulencia y la desigualdad de La Heroica, el papa reflexionó sobre la caridad y la necesidad urgente de ayudar a los pobres. “Todavía hoy, en Colombia y en el mundo, millones de personas son vendidas como esclavos, o bien mendigan un poco de humanidad, un momento de ternura, se hacen a la mar o emprenden el camino porque lo han perdido todo, empezando por su dignidad y por sus propios derechos”, recordó el Papa.
Durante su última misa en Colombia, reunió en su homilía los puntos principales de su visita, y los resumió en el lema del viaje que paralizó al país latinoamericano durante 4 días: “¡Demos el primer paso!”, dijo enérgicamente a las más de 300.000 personas que lograron llegar a Contecar, lugar donde se organizó la celebración. “Si Colombia quiere una paz estable y duradera, tiene que dar urgentemente un paso en esta dirección, que es aquella del bien común, de la equidad, de la justicia, del respeto de la naturaleza humana y de sus exigencias. Sólo si ayudamos a desatar los nudos de la violencia, desenredaremos la compleja madeja de los desencuentros: se nos pide dar el paso del encuentro con los hermanos, atrevernos a una corrección que no quiere expulsar sino integrar”.
Fue allí en Cartagena, de camino a esa última Misa, donde Francisco se golpeó accidentalmente el ojo derecho y tuvo que ser atendido de urgencia. Nunca se quejó, sólo se levantó, sonrió y bromeó. Y partió de nuevo hacia Roma, para emprender los últimos años de un pontificado que marcó la historia, pues a Francisco lo quisieron y admiraron en todo el mundo.
Foto: María Guarín
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